Las cuentistas caribeñas, feministas de su tiempo
PORALMA TORANZO – 29 MARZO, 2012
En
el marco del II Congreso Internacional del Caribe, que se celebra en la
Universidad Carlos III de Madrid del 26 al 29 de marzo, diferentes
temas que van desde las migraciones a la literatura o el arte, siempre
bajo el enfoque de “cartografías de género”, se pondrán sobre la mesa
para su exposición y debate. En este contexto, los cuentos caribeños de
Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana escritos por mujeres se
presentan como un género asociado -entre otros aspectos- al feminismo
que ha evolucionado profundamente a lo largo del siglo XX.
A pesar de que la producción de las tres islas ocupa una posición menor en el conjunto de la cuentística hispanoamericana (20%) y de que las mujeres también son una minoría dentro de este porcentaje, las autoras caribeñas han escrito y publicado cuentos desde principios del siglo XX. “La producción cuentística de mujeres es un claro exponente de la condición absolutamente minoritaria que han ocupado las escritoras. Los datos que manejamos -aunque provisionales- son muy elocuentes pues nos dicen que de un total de 428 cuentistas solo 83 son mujeres. Lo que supone solo un 19% de producción femenina respecto a los hombres en el área del Caribe isleño”, señala Juana Martínez, catedrática en literatura hispanoamericana y una de las ponentes. El género del terror, el relato de ficción en Cuba y el cuento de la cubana Anna Lidia Vega Serova –una de las autoras más sugerentes del actual panorama literario cubano- son los temas que las especialistas en cuento hispanoamericano Cristina Bravo, Paloma Jiménez y Evangelina Soltero traen a colación. Las ponentes adelantan en esta mesa algunos de los resultados del proyecto de investigación “Fuentes para una historia del cuento hispanoamericano del siglo XX”, un exhaustivo banco de datos en el que están trabajando para reunir a todos los cuentistas hispanoamericanos y todos los libros de cuentos publicados a lo largo del siglo pasado.
Los pasos iniciales en el cuento caribeño los dan mujeres nacidas todavía en el siglo XIX o los primeros años del XX con características sociales y culturales semejantes: una gran formación intelectual, el ejercicio de una profesión cualificada, la vinculación a la Universidad, un papel activo en la cultura de sus países, así como un intenso desempeño del ejercicio periodístico son rasgos que se han perpetuado a lo largo del siglo desde estas primeras cuentistas hasta la actualidad. Además, “es importante destacar que todas ellas pertenecieron a los primeros grupos feministas de sus respectivos países con una intensa actividad por la causa de la mujer que no sólo no ha desaparecido entre las cuentistas actuales sino que se ha incrementado y adecuado a las corrientes de pensamiento actuales”, señala Juana Martínez. Especialmente representativas en este ámbito fueron las escritoras puertorriqueñas (Ana Roqué, María Cadilla y Trina Padilla) y las cubanas (Ofelia Rodríguez Acosta y Lesbia Soravilla). Sin embargo, en la República Dominicana no hay que olvidar una figura de gran altura, la de la cuentista Virginia Elena Ortea, que en el exilio puertorriqueño fue un ejemplo de feminismo a través de sus artículos y de su propia vida, modelo de independencia y autosuficiencia económica e intelectual. Es la única mujer que escribió una zarzuela titulada “Las feministas” -quizás la única zarzuela dominicana- escrita en 1879, con música del maestro puertorriqueño José Rodríguez Arresón.
El conjunto de la obra de estas fundadoras del cuento femenino nos habla de una producción en la que se combinan varios géneros, lo que hace difícil su clasificación como cuentistas netas: junto al cuento, la poesía, la crónica, el ensayo, la historia, la biografía y la novela son los géneros de los que se sirven para realizar su actividad literaria, que en su caso está dirigida fundamentalmente a dos ámbitos: la educación infantil, juvenil y cívica en general y el rescate y la conservación de las tradiciones de sus respectivos países. Pero la mayor parte de su obra cuentística quedó dispersa en la prensa periódica de la época y solo avanzado ya el siglo XX empezamos a encontrar libros de cuentos con una finalidad no social sino puramente literaria. En las décadas de los 60 y 70 se incrementan ligera pero progresivamente los libros de cuentos publicados por mujeres para explotar definitivamente en los 80 en un aluvión que aumenta sin parar.
En 40 años, la cuentística femenina caribeña sufre una evolución tan rápida que, a partir de los años 80, ya no se puede hablar de desfase literario entre hombres y mujeres. “La creación femenina del cuento adquiere tal pujanza y calidad que no solo se sitúa en un lugar de igualdad respecto a la masculina sino que a veces le supera. Si bien es verdad, las mujeres siguen siendo una minoría cuantitativa dentro del género cuento. Sobre todo en República Dominicana, donde no se podría contabilizar un gran número de cuentistas pese a su incremento en los últimos años”, afirma Juana Martínez. Sin embargo, allí se encuentra un grupo de cuentistas de gran relevancia nacional como Ligia Minaya, que destaca por sus cuentos eróticos, Ángela Hernandez Núñez, magnífica artífice del género que combina el cuento tradicional con otro más experimental, o la gran intelectual Carmen Imbert Brugal, feminista transgresora. A ellas hay que añadir la joven Rita Indiana Hernández cuya obra, a todas luces rupturista e innovadora, comienza a tener repercusión internacional.
De mayor envergadura es la cuentística puertorriqueña que cuenta ya con grandes figuras y sigue promocionando a jóvenes escritoras. A partir de los 70, Rosario Ferré dio un gran impulso al cuento, al renovarlo formalmente y plantear nuevas miradas sobre los mitos y convecciones sociales de su entorno con especial atención a la situación sociocultural de las mujeres y al problema de la identidad nacional puertorriqueña. Ana Lydia Vega contribuyó con su personal interpretación de la identidad caribeña; así como Mayra Montero que desarrolla en sus cuentos mitos y creencias del mundo afro-antillano. Sin olvidar los cuentos de Magaly García Ramis y Lourdes Vásquez.
En la cuentística cubana actual, que se asienta en una larga y destacada tradición de mujeres cuentistas y sigue siendo la producción femenina más nutrida del Caribe, aparecen destacadas figuras como Elena Llana, Ana Luz García Calzada, Aída Bahr y la gran intelectual Mirta Yáñez, que en los años 70 da un nuevo giro al cuento rompiendo con la épica realista revolucionaria para adentrarse en una posición más intimista. Actualmente, la cuentística cubana femenina alberga una gran cantidad de tendencias y ramificaciones que van desde las exploraciones en la experiencia humana en el ámbito de lo cotidiano hasta los vuelos de la imaginación de lo fantástico, con los cuentos de Daína Chaviano y Ena Lucía Portela, entre otras.
En líneas generales la última cuentística de las mujeres caribeñas no es muy distinta de la que se produce en otros lugares del continente americano. Se interna en asuntos relacionados con la identidad, la cultura, la emigración, la situación de la mujer y el cuerpo femenino, el lesbianismo, el erotismo, la conciencia privada, la globalización y las cuestiones relacionadas con la posmodernidad. Todo ello con las armas del humor, la ironía, la parodia, el terror, la ciencia ficción y con el uso de un lenguaje múltiple que maneja todos los registros posibles desde los que reproducen los populares de la calle y los descarnados de los mundos marginales hasta los más elaborados poéticamente.
A pesar de que la producción de las tres islas ocupa una posición menor en el conjunto de la cuentística hispanoamericana (20%) y de que las mujeres también son una minoría dentro de este porcentaje, las autoras caribeñas han escrito y publicado cuentos desde principios del siglo XX. “La producción cuentística de mujeres es un claro exponente de la condición absolutamente minoritaria que han ocupado las escritoras. Los datos que manejamos -aunque provisionales- son muy elocuentes pues nos dicen que de un total de 428 cuentistas solo 83 son mujeres. Lo que supone solo un 19% de producción femenina respecto a los hombres en el área del Caribe isleño”, señala Juana Martínez, catedrática en literatura hispanoamericana y una de las ponentes. El género del terror, el relato de ficción en Cuba y el cuento de la cubana Anna Lidia Vega Serova –una de las autoras más sugerentes del actual panorama literario cubano- son los temas que las especialistas en cuento hispanoamericano Cristina Bravo, Paloma Jiménez y Evangelina Soltero traen a colación. Las ponentes adelantan en esta mesa algunos de los resultados del proyecto de investigación “Fuentes para una historia del cuento hispanoamericano del siglo XX”, un exhaustivo banco de datos en el que están trabajando para reunir a todos los cuentistas hispanoamericanos y todos los libros de cuentos publicados a lo largo del siglo pasado.
Los pasos iniciales en el cuento caribeño los dan mujeres nacidas todavía en el siglo XIX o los primeros años del XX con características sociales y culturales semejantes: una gran formación intelectual, el ejercicio de una profesión cualificada, la vinculación a la Universidad, un papel activo en la cultura de sus países, así como un intenso desempeño del ejercicio periodístico son rasgos que se han perpetuado a lo largo del siglo desde estas primeras cuentistas hasta la actualidad. Además, “es importante destacar que todas ellas pertenecieron a los primeros grupos feministas de sus respectivos países con una intensa actividad por la causa de la mujer que no sólo no ha desaparecido entre las cuentistas actuales sino que se ha incrementado y adecuado a las corrientes de pensamiento actuales”, señala Juana Martínez. Especialmente representativas en este ámbito fueron las escritoras puertorriqueñas (Ana Roqué, María Cadilla y Trina Padilla) y las cubanas (Ofelia Rodríguez Acosta y Lesbia Soravilla). Sin embargo, en la República Dominicana no hay que olvidar una figura de gran altura, la de la cuentista Virginia Elena Ortea, que en el exilio puertorriqueño fue un ejemplo de feminismo a través de sus artículos y de su propia vida, modelo de independencia y autosuficiencia económica e intelectual. Es la única mujer que escribió una zarzuela titulada “Las feministas” -quizás la única zarzuela dominicana- escrita en 1879, con música del maestro puertorriqueño José Rodríguez Arresón.
El conjunto de la obra de estas fundadoras del cuento femenino nos habla de una producción en la que se combinan varios géneros, lo que hace difícil su clasificación como cuentistas netas: junto al cuento, la poesía, la crónica, el ensayo, la historia, la biografía y la novela son los géneros de los que se sirven para realizar su actividad literaria, que en su caso está dirigida fundamentalmente a dos ámbitos: la educación infantil, juvenil y cívica en general y el rescate y la conservación de las tradiciones de sus respectivos países. Pero la mayor parte de su obra cuentística quedó dispersa en la prensa periódica de la época y solo avanzado ya el siglo XX empezamos a encontrar libros de cuentos con una finalidad no social sino puramente literaria. En las décadas de los 60 y 70 se incrementan ligera pero progresivamente los libros de cuentos publicados por mujeres para explotar definitivamente en los 80 en un aluvión que aumenta sin parar.
En 40 años, la cuentística femenina caribeña sufre una evolución tan rápida que, a partir de los años 80, ya no se puede hablar de desfase literario entre hombres y mujeres. “La creación femenina del cuento adquiere tal pujanza y calidad que no solo se sitúa en un lugar de igualdad respecto a la masculina sino que a veces le supera. Si bien es verdad, las mujeres siguen siendo una minoría cuantitativa dentro del género cuento. Sobre todo en República Dominicana, donde no se podría contabilizar un gran número de cuentistas pese a su incremento en los últimos años”, afirma Juana Martínez. Sin embargo, allí se encuentra un grupo de cuentistas de gran relevancia nacional como Ligia Minaya, que destaca por sus cuentos eróticos, Ángela Hernandez Núñez, magnífica artífice del género que combina el cuento tradicional con otro más experimental, o la gran intelectual Carmen Imbert Brugal, feminista transgresora. A ellas hay que añadir la joven Rita Indiana Hernández cuya obra, a todas luces rupturista e innovadora, comienza a tener repercusión internacional.
De mayor envergadura es la cuentística puertorriqueña que cuenta ya con grandes figuras y sigue promocionando a jóvenes escritoras. A partir de los 70, Rosario Ferré dio un gran impulso al cuento, al renovarlo formalmente y plantear nuevas miradas sobre los mitos y convecciones sociales de su entorno con especial atención a la situación sociocultural de las mujeres y al problema de la identidad nacional puertorriqueña. Ana Lydia Vega contribuyó con su personal interpretación de la identidad caribeña; así como Mayra Montero que desarrolla en sus cuentos mitos y creencias del mundo afro-antillano. Sin olvidar los cuentos de Magaly García Ramis y Lourdes Vásquez.
En la cuentística cubana actual, que se asienta en una larga y destacada tradición de mujeres cuentistas y sigue siendo la producción femenina más nutrida del Caribe, aparecen destacadas figuras como Elena Llana, Ana Luz García Calzada, Aída Bahr y la gran intelectual Mirta Yáñez, que en los años 70 da un nuevo giro al cuento rompiendo con la épica realista revolucionaria para adentrarse en una posición más intimista. Actualmente, la cuentística cubana femenina alberga una gran cantidad de tendencias y ramificaciones que van desde las exploraciones en la experiencia humana en el ámbito de lo cotidiano hasta los vuelos de la imaginación de lo fantástico, con los cuentos de Daína Chaviano y Ena Lucía Portela, entre otras.
En líneas generales la última cuentística de las mujeres caribeñas no es muy distinta de la que se produce en otros lugares del continente americano. Se interna en asuntos relacionados con la identidad, la cultura, la emigración, la situación de la mujer y el cuerpo femenino, el lesbianismo, el erotismo, la conciencia privada, la globalización y las cuestiones relacionadas con la posmodernidad. Todo ello con las armas del humor, la ironía, la parodia, el terror, la ciencia ficción y con el uso de un lenguaje múltiple que maneja todos los registros posibles desde los que reproducen los populares de la calle y los descarnados de los mundos marginales hasta los más elaborados poéticamente.
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