Cuentistas caribeñas del siglo XX
Por LH
La segunda ponencia de la Mesa 10: Cuentistas caribeñas del siglo XX, ha versado sobre el cuento de miedo u horror en el Caribe. Así, Cristina Bravo Rozas, de la Universidad Complutense de Madrid presenta: “Mujeres de miedo en el Caribe: del terror al horror”. La profesora Bravo se centra en la autoras puertorriqueñas y explica cómo en un principio la temática del horror era prácticamente inexistente, pues la identidad nacional puertorriqueña, la inmigración, la transculturación, etc… ocupaban la producción literaria en general, no sólo la cuentística. A partir de los años 90, el género comienza a introducirse utilizando la temática de los indios tahínos (los nativos de la isla de Puerto Rico), inspirándose en sus tradiciones religiosas y espirituales. Podría resumirse la producción puertorriqueña en dos grandes bloques: la del realismo mágico y la del humor negro.Dentro de la primera corriente, destaca “Papeles de Pandora” (1976) de Rosario Ferré. El elemento de terror viene introducido por la chágara (en tahíno, “cangrejo de río”), pero, los elementos sobrenaturales son asumidos con normalidad por los personajes. El elemento de denuncia de género se manifiesta en la transformación de la protagonista en una muñeca de porcelana, poniendo de manifiesto la superficialidad e importancia de las apariencias de la burguesía puertorriqueña, que condenan a las mujeres a posar sonrientes y a desempeñar los roles preasignados por la sociedad. “Los caprichos de Carla”, por su parte, ridiculiza la obsesión de las mujeres por los objetos materiales y por la clase social, hasta el punto de que olvidan el amor. Se manifiesta además, una belleza hórrida de época modernista (la mujer muere envenenada por la tarjeta de unas rosas). Por último, tenemos a Mayra Montero con “Corinne, muchacha amable” (1991). Aquí se mezcla la temática de la política y la represión en Haití con las tradiciones religiosas y espirituales del mundo antillano (que lleva a prácticas religiosas que llevan al escepticismo fantástico). Apollinaire, enamorado de Corinne, consigue que se practique vudú a su amada para que no case con otro hombre, con la esperanza de resucitarla. Lo que provoca la concepción de terror se produce por las perspectivas de que la joven sea una muerta viviente, de “piel endurecida como la de un cerdo marrón” y que come alimañas. Subyace, pues, una escalofriante (para el lector) confusión entre vida y muerte que los antillano ven como algo normal. En segundo lugar, está el humor negro en el cuento de terror representado por Ana Lidia Vega, que busca el horror y elementos de la cotidianedad, y se ríe de ello. En “Delito sin cuerpo”, unos amantes comparten cama y también una misma pesadilla: los sus propios verdugos (es la temática del sueño como morada de sueños y sentimientos)… En “Mas acá”, en medio de una ardiente escena amorosa, la mujer viuda descubre que su amante es su marido muerto, lo cual hace que ella misma en su terror muera. “Te dije que eras mía para siempre” le espeta entonces el marido. Vemos como una gota de humor y crítica al machismo se desliza de las fauces del horror.
Vemos, en conclusión, como normalmente la “materia prima” del miedo es el instinto de la muerte (el tánatos freudiano), y que éste puede manifestarse en actos de la cotidianeidad.
También en esta Mesa 10, la profesora Evangelina Soltero Sánchez, de la Universidad Complutense de Madrid nos habla de ciencia ficción: “El relato de ciencia ficción en Cuba (1980-1990): Daina Chaviano, entre la ciencia ficción y la fantasía”.
Al igual que vimos con el cuento de terror, podemos encontrar el cuento de ciencia ficción de mujeres caribeñas relación con la gran corriente de la literatura hispanoamericana del siglo XX: El realismo mágico.
El cuento de ciencia ficción ha tenido etapas oscuras, sobre todo antes de 1970. A partir de la nueva década, el género comienza a despegar, aunque no hay que olvidar que, aun en esta época, hay una corriente panfletaria y prosoviética en Cuba de poca calidad literaria.
Daina Chaviano es la gran figura en este sentido, que consigue dar relevancia al género. Las dos grandes obras son “Los mundos que amo” y “Amoroso planeta”. Es especialmente destacable el hecho de que, al igual que Ray Bradbury (Crónicas marcianas), presenta a los extraterrestres como el modelo a seguir; son seres altos, esbeltos, elegantes y bondadosos.
En “Los mundos que amo”, se ejemplifica el estilo que va a caracterizar su obra. Una adolescente relata en primera persona, en un tono naïf, su experiencia con extraterrestres. Se ambienta la obra en tres espacios geográficos, que se corresponden con los distintos intereses de la autora: En primer lugar, Cuba y su gente. En segundo lugar, la mitología prehispánica, (ruinas de Tiahuanaco) y la mitología centroeuropea: duendes, hadas, ruinas celtas en Inglaterra y Francia.
En “Amoroso planeta”, se adopta una forma más poética. Se trata de doce relatos ambientados en espacios y tiempos diferentes en el que el amor se presenta como el único tema, como un planeta, en el sentido griego originario del término: Errante. El amor es ubicuo, intemporal y omnipotente, aunque los seres a quien afecta sea distinto. Se recurre a temas como la parapsicología, el erotismo y el humor. También hay una marcada temática religiosa. En los relatos Getsemaní y La Anunciación, se re-elaboran en todo de ciencia-ficción episodios de la Biblia.
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